89.-San Gregorio II (715-731)

San Gregorio II
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Papa de la Iglesia católica
19 de mayo de 715-11 de febrero de 731
PredecesorConstantino I
SucesorGregorio III
Información personal
NombreDesconocido
Nacimiento¿? Roma
Fallecimiento11 de febrero de 731jul.
Roma, Imperio bizantino

Vigilante, guardián, que vela.

Quizás el más grande de los grandes papas que ocuparon la silla de San Pedro durante el siglo VIII, romano, hijo de Marcelo y Honesta. Sus contemporáneos en el Oeste lo conocían como Gregorio, el Hijo o el Menor. En el Este lo confundían con Gregorio I (autor de los "Diálogos") y lo conocían como "Dialogus".

No se conoce el año de su nacimiento, pero desde muy joven demostró interés por la Iglesia y el Papa lo puso en la "schola cantorum".
Se le nombró subdiácono y sacellarius (pagador y limosnero) de la Iglesia Romana por Sergio I.
Se le confió el cuidado de la biblioteca papal y tiene el honor de ser el primer sacellarius papal o bibliotecario que hoy conocemos por su nombre propio.
Cuando era diacono había dado tales indicios de carácter y de una privilegiada inteligencia que el Papa Constantino lo escogió para discutir los cánones del Quincuagésimo sexto Concilio con el truculento tirano Justiniano II.

La confianza del Papa no fue mal ubicada. El diácono Gregorio, con sus admirables respuestas, resolvió toda dificultad elevada por el emperador.
Una de las primeras tareas que Gregorio atendió cuando llega al papado el 19 de Mayo de 715, fue la reparación de las murallas de Roma.

No fue la última vez que los lombardos, los viejos enemigos de los romanos, atacaron la ciudad y ahora un nuevo enemigo se presentaba. El Mediterráneo rápidamente se convertía en un lago de sarracenos, y se temía que los musulmanes trataran descender sobre la misma ciudad eterna de Roma.

Gregorio había logrado buen progreso con la reparación cuando varias causas se combinaron con una devastadora inundación del río Tíber para evitar que se completase. A través de su pontificado Gregorio no falló en auscultar con ansiedad el movimiento de los sarracenos, y se le reconoce el haber enviado muestras de estimulo a los líderes francos que repelían su avance en las Galias.

En el primer año de su pontificado recibió una carta de Juan, Patriarca de Constantinopla. Dirigida a "la sagrada cabeza de la Iglesia", verdaderamente era una apología por haberse mostrado aceptante de Philippieus Bardanes en lo referente al monotelismo. Gregorio también recibió a varios distinguidos peregrinos durante su pontificado.

Entre los muchos peregrinos anglo-sajones que fueron a Roma durante su pontificado, los más famosos fueron el abad Ceolfrido y la reina Ina, de los cuales uno llevo al Papa el famoso Códice Amiatino y el otro fundó la "Schola Aglorum". El duque Teodo I de Baviera también fue a rezar en Roma, e indudablemente también para obtener más predicadores del Hospel para su país.

Entre los que Gregorio despacho para la conversión de Baviera estaba San Corbibiano, quien se convirtió en uno de los apóstoles alemanes. Pero el gran apóstol de Baviera, y generalmente de Alemania, fue San Winfrido o Bonifacio, como posteriormente se le llamó. Ansioso por predicar a los infieles, fue a Roma y Dios "movió al Pontífice de la gloriosa Sede" a cumplir sus deseos.

Envió a Bonifacio "a las salvajes naciones de Alemania", mandándole con la innegable autoridad de San Pedro: "ve y predica las verdades de ambos testamentos". Gregorio continuamente observó y estimulo la obra de Bonifacio. En 722 lo consagró Obispo e interesó al famoso Carlomagno en sus obras. Gregorio fue un gran patrón de las ordenes monásticas. Cuando murió su madre, convirtió su mansión familiar en un monasterio y fundó o restauro otros tantos.

Entre otros que ayudo en restaurar esta la famosa Abadía de Monte Casino. Durante el principio de su pontificado, Gregorio estuvo en buenos términos con los lombardos. Su rey formó sus leyes bajo su influencia; pero sus duques, con o sin el consentimiento del rey, envolvieron la península tomando partes del imperio Griego.

El exarca griego de Ravena fue incapaz de eludir el avance lombardo, por lo que Gregorio apeló a Carlomagno y a los francos. Carlomagno no hubiese ido, pero mayor conmoción en Italia de la que pudiese provocar su llegada, fue la publicación allí de los decretos del emperador griego, León II, conocido como el Isáurico o Iconoclasta (727). Los italianos previamente habían sido enardecidos por su intento de cargarlos con extraordinarios impuestos. A pesar de los intentos de oficiales griegos para matarle, Gregorio se opuso al emperador en sus intenciones tributarias y en sus indebidas interferencias en el dominio de la autoridad eclesiástica.

Entonces fue la oportunidad para los lombardos. Cuando el exarca trató de obligar al Papa a obedecer los decretos imperiales, ellos fueron sus defensores. Casi todos los distritos bizantinos en Italia se tornaron contra el emperador, y el Papa hasta pudiese haber elegido otro emperador para oponérsele. Cuando todo se veía perdido para la causa bizantina en Italia, Eutiquio, el último exarca, confabulo para separar los lombardos del lado del Papa y moverlos en su contra.

El exarca iba a ayudar Liutprando, el rey lombardo, a traer los casi independientes duques lombardos de Benevento y Spoleto en total sumisión a su autoridad y Liutprando lo ayudaría poniendo al Papa de rodillas. Pero la influencia personal de Gregorio sobre Liutprando fue capaz de disolver esta anormal alianza, y devolvió el trato del exarca proveyéndole tropas (al rey) para detener una rebelión contra la autoridad imperial.

Sobre los esfuerzos de Gregorio contra el emperador iconoclasta y sus representantes en Italia, ciertos asuntos dudosos aquí se han omitido. Por ejemplo, se sabe que durante el 730 Ravena cayó brevemente a manos de los lombardos y que por los esfuerzos del Papa y de los venecianos fue recuperada y permaneció por uno o dos años más como parte del imperio bizantino.

Sin embargo, no se conoce si fue Gregorio II o Gregorio III el que rindió este importante servicio a León III. Probablemente lo fue Gregorio II alrededor del 727, aunque posiblemente las dos cartas de condenación que supuestamente Gregorio II envió a León III hayan sido genuinas. Si fuesen autenticas, entonces no solo seria cierto que Ravena fue tomada por los lombardos cerca del 727, sino que también la autoridad temporal e independiente de los papas ciertamente comenzó con Gregorio II y que él fue conciente de la misma.

Posteriormente cuando historiadores griegos aseveran que Gregorio "separó a Roma a Italia y a todo el Oeste de la subordinación política y eclesiástica" del imperio Bizantino, simplemente exageran su oposición a los impuestos ilegales del emperador y a sus edictos iconoclastas. A pesar de toda provocación, Gregorio nunca se desvió en su lealtad al iconoclasta emperador, pero según su obligación se opuso a los esfuerzos de destruir un articulo de la fe católica. Por las cartas, que envió a todas partes, aviso contra las enseñazas del emperador, y en el Concilio de Roma (727) proclamó la verdadera doctrina sobre el culto a las imágenes. Apoyó según mejor pudo a San Germanio, Patriarca de Constantinopla, en su resistencia al "evangelio de León", y amenazó con destituir a Anastasio, quien remplazó al santo en la Sede de Constantinopla, si el no renunciaba su herejía. Gregorio reconoció al Patriarca de Foro, Julio (Cividale) y al Patriarca de Grado como sucesores conjuntos a la original Sede Metropolitana de Aquilea, por tal razón ambos prelados vivieron en paz algún tiempo.

Gregorio murió en Febrero, siendo enterrado en San Pedro el 11 de Febrero de 731. Se le honra como Santo en Roma y en otros catálogos.

Liber Pontificalis (Paris, 1886), I, 396 sqq., ed. DUCHESNE; PAUL THE DEACON, in Mon. GERM. Hist.; Scripores Longob.;BEDE; THEOPHANES; JOHN THE DEACON OF VENICE. etc.; Letters of ST. BONIFACE in Mon. Germ. Hist.; Epp., III; HEFELE, History of the Councils (Edinburgh, 1896), V, tr,; HODGKIN, Italy and her Invaders (Oxford, 1896), VI; BURY, History of the Later Roman Empire; HIRSCH, Il ducato di Benevento, Italian tr.; MALFATTI, Imperatori e Papi; BRUNENGO, I primi Papi Ree Pultimo dei Re Longobardi; DUCHESNE, The Beginnings of the Temporal Sovereignty of the Popes, tr.; PARGOIRE, L'eglise Byzantine, 527-847; MARIN, Les Moines de Constantinople; MANN, Lives of the Popes in the Early Middle Ages (London, 1902), I, Pt. II.

HORACE K. MANN Transcrito por Janet van Heyst Traducido por Anónimo de Borinquen

Martirologio Romano:
En Roma, en la basílica de San Pedro, sepultura de san Gregorio II, papa, que en los tiempos difíciles bajo el emperador León el Isáurico trabajó en defensa de la Iglesia y del culto de las sagradas imágenes, y envió a san Bonifacio a predicar el Evangelio en tierras de Germania.

Nació probablemente en Roma en el seno de una familia patricia. Fue educado en el Laterano, ejerció como bibliotecario y archivista de la iglesia romana y prestó grandes servicios a la Iglesia bajo los pontificados de san Sergio I y Constantino I; a este último le acompañó en un viaje a Constantinopla (710-711), como asesor, contribuyendo a resolver de manera pacífica una enconada controversia con la iglesia constantinopolitana, donde el papa reconoció los cánones disciplinares y litúrgicos del concilio del 692.
Como pontífice, tuvo una gran habilidad política, unida a una firme determinación sobre cuestiones doctrinales, y la capacidad de entrever las mejores oportunidades para la Iglesia. Inició la evangelización de Alemania (716) enviando a santos Bonifacio de Maguncia y Corbiniano de Freising. Combatió la iconoclastia del emperador León el Isaurico, decretando herética la doctrina y separando el poder espiritual del papado del político del emperador, y fue salvado por el pueblo de morir asesinado por orden imperial; las exigencias de los bizantinos y los afanes de conquista de la Iglesia por parte de los lombardos de Liutprando, supo crear las condiciones necesarias para generar cierto sentimiento de cohesión alrededor de Roma, concebida, cada vez más, como centro de los avatares italianos. Logró que el rey longobardo le donara el territorio de Sutri que, en cuanto territorio entregado al Papa, sería considerado posteriormente el primitivo núcleo del patrimonio de San Pedro. Reconstruyó Montecasino, promovió el monacato benedictino y embelleció Roma con iglesias, y la reconstrucción de sus murallas. Durante su pontificado el rey san Ina de Wessex se hizo monje en Roma. Los historiadores dicen que ha sido el mejor Papa del siglo VIII. Está enterrado en San Pedro del Vaticano.





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San Gregorio II (715-731)
considerado por algunos historiadores como el mejor Papa del siglo VIII, fue digno sucesor de Gregorio Magno, a quien se pareció en la alteza de miras que lo guió en todas sus acciones y en la magnitud de empresas en que tuvo que intervenir.

Procedente de una ilustre familia patricia nació en Roma, donde recibió la educación propia de la nobleza en el palacio de Letrán. De este modo se apropió ya desde un principio aquella erudición eclesiástica que luego lo distinguió y tan excelentes servicios prestó a la Iglesia. Algunos autores suponen que fue monje benedictino, pero los bolandistas lo desmienten. En realidad, no aparece como tal en todo el desarrollo de su actividad eclesiástica. Bien pronto entró en servicio directo de la Iglesia, pues el papa Sergio I (687-701) lo puso al frente de la tesorería pontificia y luego lo ordenó de diácono. En medio de todas estas ocupaciones y honores eclesiásticos, distinguióse Gregorio ya desde entonces por la sencillez y humildad de su conducta, así como también por su absoluta fidelidad al servicio de la Iglesia.

Pero Dios lo tenía destinado para altas empresas y para defender a su Iglesia en problemas y momentos difíciles, por lo cual quiso introducirlo pronto en los asuntos más trascendentales que entonces se debatían. El papa Constantino I (708-715), a quien él debía suceder en el solio pontificio, tuvo que hacer un viaje a Oriente, con el objeto de terminar las discusiones que habían surgido después del célebre concilio Quini-Sexto o Trullano II, del año 692. Tomó, pues, consigo como asesor y técnico al diácono Gregorio, y notan los historiadores del tiempo que, gracias a su profundo conocimiento de las cuestiones eclesiásticas, se fueron resolviendo pacíficamente las dificultades que surgieron en la controversia. Por lo demás, la acogida de que fueron objeto el Papa y su acompañante fue realmente tan grandiosa, que en nada presagiaba las turbulencias que debían seguirse poco después.

No mucho después, el 19 de mayo del año 715, a la muerte de Constantino I, Gregorio fue elegido Papa y como tal tuvo que intervenir desde un principio en importantes asuntos de la Iglesia, en todos los cuales aparece siempre su extraordinaria virtud y el esfuerzo constante, puesto en la defensa de los derechos eclesiásticos y pontificios.

Siguiendo el ejemplo de su gran predecesor y modelo, San Gregorio Magno, en primer lugar, afianzó definitivamente el prestigio y posición del Romano Pontífice en Roma y en toda Italia. Ya desde la invasión de los lombardos en Italia hacia el año 570, dos poderes se disputaban la posesión de estos territorios: los lombardos, que poseían el norte con su capital en Pavía, y los bizantinos, que desde Justiniano I (527-565) dominaban el sur y centro de la Península. En medio de estas dos fuerzas se hallaba el Romano Pontífice, quien, territorial y civilmente, era súbdito del emperador bizantino, mas por un conjunto de circunstancias se fue desligando de él e independizando cada vez más. Precisamente en esto consiste el mérito especial de San Gregorio II, en haber sabido aprovechar las circunstancias para aumentar el prestigio del Romano Pontífice. De hecho, ya de antiguo poseían los Papas, en Roma y en sus cercanías, en Sicilia y aun en Oriente, algunas posesiones, fruto de donativos personales de algunos príncipes. Esto los constituía en señores feudales, como tantos otros de su tiempo y formaba lo que se llamó patrimonio de San Pedro. Uno de los grandes méritos de San Gregorio Magno consiste precisamente en haber organizado y valorizado debidamente este patrimonio, de donde se sacaban los recursos económicos para sus grandes empresas.

Pues bien, Gregorio II se propuso desde un principio dar la mayor consistencia posible a la posición en que se encontraba el Romano Pontífice. Uno de sus primeros cuidados fue reparar y consolidar los muros de la Ciudad Eterna, para poderse defender contra las incursiones posibles de los lombardos. Al mismo tiempo restauró algunas iglesias y monasterios. Es célebre, sobre todo, la restauración que realizó del monasterio de Montecasino, derruido por los lombardos ciento cuarenta años antes. Para ello envió el año 718 algunos monjes de Letrán, a cuya cabeza puso al abad Petronax. De este modo surgió de nuevo el gran monasterio de Montecasino, cuna de la Orden benedictina. Gregorio II reconstruyó asimismo otros monasterios junto a San Pablo y a Santa María la Mayor, y, a la muerte de su madre, transformó su propia casa en convento en honor de Santa Agueda.

Esta actividad constructora y renovadora ayudó poderosamente al Papa para aumentar el prestigio de la Iglesia. Pero al mismo tiempo procuró fomentar la vida eclesiástica y la disciplina interior de la Iglesia, para lo cual celebró el 5 de abril del año 721 un sínodo, al que asistieron numerosos obispos y el clero de Roma, a los que se juntaron otros veintiún prelados. Este prestigio romano fue aumentando a medida que los emperadores bizantinos se iban haciendo más impopulares en Italia. En efecto, empeñado León III Isáurico (717-741) desde el principio de su gobierno en reformar la administración del imperio, inició una serie de impuestos y exacciones sobre todas las provincias y en particular sobre Italia, que sus exarcas exigían con la mayor brutalidad. A esto se añadió poco después la violenta campaña contra las imágenes, que quiso extender asimismo a Italia e imponer por la fuerza al Romano Pontífice. El resultado fue un aumento creciente de la antipatía del pueblo italiano hacia el emperador bizantino y, por el contrario, un crecimiento cada día mayor del prestigio del Romano Pontífice.

Todo esto aumentó extraordinariamente cuando, en diversas ocasiones, ante las incursiones de los lombardos, no obstante las reiteradas instancias del Papa, los exarcas bizantinos no acudían en su ayuda y en defensa del pueblo, y entonces el mismo Papa, con los recursos que le proporcionaba su patrimonio, se defendía a sí y al pueblo frente a las violentas acometidas lombardas. De este modo, Gregorio II mejoró notablemente la posición de los Romanos Pontífices, con lo cual se sintió con fuerzas para otras grandes empresas que iba acometiendo.

Efectivamente, el celo por la gloria de Dios y el ansia de extender su reino por todo el mundo, dieron principio a una serie de obras que constituyen una de las principales glorias del pontificado de Gregorio II. La primera es la de la evangelización del centro de Europa, sobre todo de Alemania, y en particular la protección de San Bonifacio, apóstol del gran imperio de los francos.

Como San Gregorio Magno tiene el gran mérito de haber enviado a Inglaterra a San Agustín con sus treinta y nueve compañeros, y con ellos la gloria de haber iniciado la gran empresa de la conversión de los anglosajones, de una manera semejante a San Gregorio II le corresponde el extraordinario mérito de haber enviado a San Bonifacio a Alemania, y dado con ello comienzo a la gran obra de completar su evangelización y organización de sus iglesias.

Ya el año 716, segundo de su pontificado, Gregorio II había enviado tres legados a Baviera, con el objeto de erigir allí una provincia eclesiástica y fomentar el movimiento iniciado de conversiones al cristianismo. Al mismo tiempo, sostenía en la parte noroeste de Alemania la obra apostólica de San Wilibrordo. Pero el año 718 compareció en Roma un monje sajón, llamado Winfrido, a quien Gregorio II impuso el nombre de Bonifacio, por el que es conocido en la historia. A él, pues, le confió la gran empresa de completar la evangelización de Alemania. Cuatro años más tarde, después de iniciar su obra en Frisia y Hesse con la conversión de millares de paganos, se presentó de nuevo Bonifacio en Roma. Gregorio II lo consagra obispo y lo colma de facultades espirituales, de reliquias y cartas de recomendación para fomentar la evangelización germana, y durante los años siguientes continúa apoyando con todo su poder la gran obra realizada por Bonifacio en la gran Germania. En realidad, pues, esta obra se debe en buena parte al celo apostólico del papa San Gregorio II.

Roma misma se iba convirtiendo cada vez más en centro a donde afluían los peregrinos de toda la cristiandad, a lo cual contribuía eficazmente el prestigio que iba adquiriendo San Gregorio II.

Los católicos anglosajones, cuya conversión y organización había quedado terminada hacia el año 680 por la obra de Teodoro de Tarso, arzobispo de Cantorbery, experimentaban una prosperidad extraordinaria. Sus grandes monasterios, exuberantes de vocaciones y ansiosos de expansión, enviaban ejércitos de misioneros a Europa, como San Wilibrordo y Winfrido o Bonifacio.

No contentos con esto, enviaban a Roma embajadas especiales, con el objeto de testimoniar su adhesión al Romano Pontífice. Gregorio II recibió las del abad Ceolfrido, quien le presentó como obsequio el famoso códice Amiatinus, y del rey Ina con su esposa Ethelburga, quienes fundaron en Roma la Schola Anglorum. Asimismo recibió las visitas y homenajes del duque de Baviera y otros príncipes de la cristiandad.

Otro problema muy diverso dio ocasión a Gregorio II a manifestar claramente su ardiente celo por la gloria de Dios y la defensa de los principios cristianos, sin detenerse ante la más horrible persecución y la misma muerte. Nos referimos a la tristemente célebre cuestión iconoclasta, es decir, la horrible persecución de las imágenes y de sus defensores, desencadenada en Oriente desde el año 726 por el emperador León III Isáurico.

Las causas que motivaron esta violenta persecución de las imágenes son muy diversas. Por una parte, la posición del Antiguo Testamento, poco simpatizante con el culto de las imágenes; la aversión de algunas sectas contra este culto; el influjo especial del Islam, que ya en un edicto de 723 no permitía ninguna clase de imágenes en las iglesias cristianas de los territorios sometidos a los mahometanos.

Por otra, algunos excesos y abusos ocurridos en la veneración de las imágenes, particularmente fomentadas en la Iglesia griega y promovidas por el monacato oriental; todas estas causas habían ocasionado, hacía ya tiempo, en el seno de la Iglesia griega la formación de un poderoso partido enemigo del culto de las imágenes, cuyo principal sostén era el obispo de Nacoleo de Frigia, Constantino.

Este partido consiguió finalmente mover al emperador León III a publicar en 726 el primer decreto iconoclasta. Indudablemente, León III, que trataba de afianzarse definitivamente en el trono, perseguía fines políticos. Por una parte, esperaba con esta conducta, en el exterior, atraerse la simpatía de sus vecinos, los musulmanes, y en el interior, implantar una política de absoluto dominio en lo civil y en lo religioso que deshiciera el predominio del monacato y de la jerarquía eclesiástica,

Pero no, se contentó León III con envolver a todo el Oriente en aquella violenta persecución. Mientras ésta se desarrollaba, cada vez con más rigor, en todo el Oriente y aparecían los héroes de la ortodoxia, San Germano de Constantinopla y San Juan Damasceno, el emperador se dirigía al Occidente y exigía en los territorios italianos sometidos a su dominio la admisión y aplicación del edicto iconoclasta.

A esta intimación de León III respondió el papa Gregorio II con la entereza de un mártir, sin amedrentarse por el peligro a que con ello se exponía. Ante todo, según refieren algunas crónicas, celebró en Roma un sínodo, en el que se rebatieron todas las razones que oponían los orientales al culto de las imágenes y se probó con toda suficiencia su licitud. Luego, el Papa se dirigió personalmente, por medio de una carta, al emperador bizantino, en la que protestaba contra estas intromisiones en el terreno dogmático.

Por otro lado, dirigió el Papa un llamamiento a la cristiandad occidental, para que estuviera alerta frente a los enemigos de Dios, que trataban de levantar cabeza.

Los acontecimientos que siguieron prueban una vez más, por un lado, la santidad, celo y entereza de Gregorio II en defensa de los intereses divinos, y por otra, la ceguera de León III, con lo que fue aumentando cada vez más su impopularidad en Italia, que fue la ocasión de la pérdida de estos territorios para el imperio bizantino. En efecto, ciego de furor por la oposición que encontraba en Italia, amenazó a sus habitantes con las más horribles represalias.

Entonces, pues, levantáronse en manifiesta rebelión contra los bizantinos, y aprovechándose del desorden reinante, el rey lombardo Luitprando, en un golpe de mano, se apoderó de Ravena. La situación para el Papa era verdaderamente comprometida. Si se ponía de parte de los revoltosos o de Luitprando, comprometía su porvenir, pues los bizantinos, como los más fuertes, podían luego volver con mas fuerzas y aplastarlos a todos. Por esto, no obstante los atropellos de que había sido víctima de parte de los bizantinos, pidió auxilio a Venecia en favor de Ravena, y gracias a su intercesión, los bizantinos volvieron a recuperarla.

Pero la conducta de los bizantinos acabó de exasperar al pueblo, que amaba sinceramente a los Papas. En lugar de agradecer a Gregorio Il su generosidad para con ellos, el nuevo exarca de Ravena se dirigió a Roma el año 728 con el objeto de apoderarse por la fuerza de la ciudad si no se publicaba en Roma y en toda la Italia bizantina el decreto iconoclasta. El Papa, con heroísmo de mártir, contestó excomulgando al exarca Paulo.

Este intentó entonces aplicar por la fuerza el edicto, pero murió en la refriega contra los insurrectos. El nuevo exarca Eutimio fue excomulgado igualmente, pero este no obstante, con el intento de apoderarse de la persona del Papa, intentó unirse con su enemigo Luitprando; pero el Papa se le adelantó, pues, con el único intento de salvar al pueblo romano, acudió personalmente al rey lombardo y se puso a sí y al pueblo en sus manos.

Conmovido éste entonces por la actitud humilde y caritativa del Romano Pontífice, se arrojó a sus pies, y entrando luego en Roma junto con el Papa, depositó ante San Pedro su espada y sus insignias reales, y para que todo terminara felizmente, pidió perdón para sí y para el exarca Eutimio, que Gregorio II concedió generosamente.

Todo parecía terminar favorablemente, pero entonces se inició una revuelta más peligrosa en Toscana, que puso en verdadero peligro al exarca bizantino. Dando de nuevo las más elocuentes pruebas de magnanimidad, Gregorio II se constituyó en defensor de los bizantinos, induciendo, a los romanos a prestarle auxilio, con el que se logró dominar a los rebeldes. Pero ni aun con tan repetidos actos de magnanimidad consiguió Gregorio Il desarmar a León Isáurico, quien continuó en su ciega campaña contra las imágenes y contra el Papa, todo lo cual, en último término, fue preparando la ruina de los bizantinos en Italia.

El Liber Pontificalis le atribuye obras importantes de restauración de la basílica de San Pablo extramuros, de Santa Cruz de Jerusalén y de San Pedro de Letrán. Asimismo, testifica que dejó "una suma de doscientos sesenta sueldos de oro para distribuir entre el clero y los monasterios, las diaconías y los mansionarios; otro legado de mil sueldos, para la iluminación del sepulcro de San Pedro"; todo esto, además de las innumerables limosnas y obras de caridad, que constantemente practicaba. Finalmente, consumido por sus trabajos, murió el 11 de febrero del año 731. Durante su vida, y sobre todo durante todo su pontificado, dio las más claras pruebas de virtud cristiana, elevación de espíritu, inflamado amor de Dios y de la Iglesia, fortaleza y constancia frente a las mayores dificultades, magnanimidad y mansedumbre frente a sus enemigos.

San Anselmo (1033-1109), benedictino, arzobispo de Canterbury, doctor de la Iglesia