(Annibale Francesco Clemente Melchiore Girolamo Nicola Della Genga)
nació en el Castillo della Genga en el territorio de Espoleto, el 22 de agosto de 1760; murió en Roma el 10 de febrero de 1829.
León XI había ennoblecido a la familia de su padre en 1605; su madre era María Luisa Periberti de Fabriano. Tenían una familia numerosa, siete hijos y tres hijas, de los cuales Annibale era el sexto y el quinto hijo varón. A los trece años fue colocado en el Collegio Campana de Osimo, de donde fue trasladado (1778) al Collegio Piceno de Roma y poco después a la Accademia dei Nobili Ecclesiastici. Fue ordenado subdiácono cuatro años después y diácono en 1783. Dos meses después fue ordenado sacerdote, luego de obtener la dispensa por defecto de edad, ya que solo tenía veintitrés años.
Era de hermosa presencia y modales atractivos y, poco después de su ordenación, atrajo la atención de Pío VII, que estaba visitando la Academia, y por él fue elevado a la prelatura como camariere segreto. En 1790 fue elegido para pronunciar en la Capilla Sixtina el discurso sobre la muerte del emperador José II y cumplió su difícil tarea ante la admiración de todos los oyentes, sin ofender las susceptibilidades de Austria ni comprometer la autoridad de la Santa Sede. En 1792 se convirtió en canónigo de la iglesia de el Vaticano y al año siguiente fue consagrado arzobispo titular de Tiro y fue enviado como nuncio a Lucerna. Desde allí fue transferido a la nunciatura de Colonia en 1794, cargo que ocupó con gran éxito durante once años. En 1795 fue acreditado como nuncio extraordinario en la Dieta de Ratisbona por Pío VII para poder hacer frente a las dificultades entre la Iglesia alemana y sus gobernantes prusianos.
Al regresar a Roma para conversar con Consalvi sobre estos asuntos, se enteró de que Napoleón deseaba la sustitución por otro nuncio más devoto de sus intereses, en la persona de Bernier, obispo de Orleans. Sin embargo, Pío VII se mostró firme y Della Genga regresó a Munich. En 1798 fue con el cardenal Caprara a París con el objeto de concertar algún acuerdo entre la Santa Sede y Napoleón I. Sin embargo, fue recibido, pero con frialdad, y las negociaciones pronto fracasaron. Della Genga regresó a Roma donde fue testigo de las indignidades infligidas a Pío VII por los franceses. Regresó consternado a la abadía de Monticelli, que le había sido concedida in commendam de por vida por el Papa Pío VI. Allí pasó su tiempo enseñando a su coro de campesinos a tocar el órgano y a entonar el canto llano.
Con la esperanza de terminar allí sus días, construyó en la iglesia de la abadía las tumbas de su madre y de él mismo. Pero en 1814, con la caída de Napoleón, Pío VII regresó a Roma y Mons. Della Genga fue enviado a París como enviado extraordinario para transmitir las felicitaciones del Papa al rey Luis XVIII. Sin embargo, Consalvi que estaba acreditado ante todos los soberanos en París, resintió mucho esta misión, que consideraba un desaire hacia él mismo. Luis XVIII trató de suavizar las cosas, pero el poderoso Secretario de Estado se salió con la suya y Della Genga regresó a Roma, de donde se retiró nuevamente a Monticelli. Aquí permaneció durante dos años, cuando Pío VII lo nombró cardenal de Santa María en Trastevere y lo nombró obispo de Sinigaglia. Pero su mala salud requirió que residiera en el aire saludable de Espoleto y nunca ingresó a su diócesis, a la que renunció dos años después.
En 1820, habiendo mejorado su salud, fue nombrado vicario de Roma, arcipreste de la basílica Liberiana y prefecto de varias congregaciones. Tres años después (20 agosto 1823) murió Pío VII; y el 2 de septiembre se inauguró el cónclave en el Quirinal, el cual duró veintiséis días. Al principio, los candidatos más destacados fueron el cardenal Severoli, representante de los Zelanti, y el cardenal Castiglioni (después Pío VIII), representante del partido moderado. Castiglioni era el candidato favorito de las grandes potencias católicas, pero, a pesar de sus deseos, la influencia de Severoli crecía día a día y en la mañana del 21 de septiembre había recibido hasta veintiséis votos. Como esto significaba que probablemente sería elegido en el próximo escrutinio, el cardenal Albani, que representó a Austria en el cónclave, informó a sus colegas que la elección del cardenal Severoli no sería aceptable para el emperador y pronunció un veto formal. Los Zelanti estaban furiosos, pero, a sugerencia de Severoli, transfirieron su apoyo a Della Genga y, antes de que las potencias se dieran cuenta de lo que estaba sucediendo, lo eligieron triunfalmente por treinta y cuatro votos la mañana del 28 de septiembre. Sin embargo, al principio el Papa electo no estaba dispuesto a aceptar el cargo. Con lágrimas, recordó a los cardenales su mala salud. "Están eligiendo a un muerto", dijo, pero, cuando le insistieron en que era su deber aceptar, cedió y aseguró graciosamente al cardenal Castiglioni que algún día sería Pío VIII, y anunció su propia intención de tomar el nombre de León XII.
Inmediatamente después de su elección nombró como Secretario de Estado a Della Somaglia, un octogenario, un acto significativo de la política del nuevo reinado. León fue coronado el 5 de octubre. Sus primeras medidas fueron algunos intentos no muy exitosos de reprimir el bandolerismo y libertinaje que prevalecían entonces en Maritima y la Campagna, y la publicación de una ordenanza que confinaba nuevamente a sus guetos a los judíos, que se habían mudado a la ciudad durante el período de la Revolución. Estas medidas fueron típicas del temperamento y la política de León XII. Hay algo patético en el contraste entre la inteligencia y la energía magistral mostrada por él como gobernante de la Iglesia y la ineficacia de su política como gobernante de los Estados Pontificios.
Frente al nuevo orden social y político, emprendió la defensa de antiguas costumbres e instituciones aceptadas; tenía poca comprensión de las esperanzas y visiones de aquellos que entonces eran pioneros de la mayor libertad que se había vuelto inevitable. Se hicieron severos intentos para purificar la Curia y controlar el grupo de funcionarios ineficientes y venales que componían su personal. Se combatió el indiferentismo y el proselitismo protestante de la época; el jubileo de 1825 estimuló la devoción del mundo católico, a pesar de la oposición de prelados o soberanos tímidos y reaccionarios; se superó y se enfrentó la persecución de los católicos en los Países Bajos, y se manejó y alentó el movimiento para la emancipación de los católicos en las Islas Británicas hasta que el éxito estuvo asegurado. El descontento popular con el gobierno de los Estados Pontificios se enfrentó a la severidad del cardenal Rivarola.
Se apoyó la causa legitimista en Francia y en España, aunque marcada en ambos países por el mal uso de la religión como instrumento de reacción política, incluso cuando (como en la supresión de las escuelas jesuitas en Francia, y la vacante de sedes mexicanas debido a las pretensiones de España sobre sus antiguas colonias) los representantes de esa causa se mostraron indiferentes u opuestos a los intereses de la fe. Consalvi era consultado y admirado por el Papa, quien, tanto en este caso como en el del tesorero Cristaldi, se mostró demasiado magnánimo para permitir que los agravios personales pesasen contra la apreciación del mérito, pero la muerte del cardenal en 1824 impidió el aporte de su sabiduría a los concilios de la Santa Sede. En 1824 se devolvió el Colegio Romano a las eficientes manos de los jesuitas; en 1825 se condenó a los masones y otras sociedades secretas; se restauró la imprenta del Vaticano y se enriqueció la Biblioteca del Vaticano; se alentó a eruditos como Zurla, Martucci y Champollion; se hizo mucho por la reconstrucción de la Basílica de San Pedro y por la restauración del decoro del culto.
Pero la salud de León era demasiado frágil para soportar su incansable devoción por los asuntos de la Iglesia. Incluso en diciembre de 1823, estuvo a punto de morir, y se recuperó como por un milagro, gracias a las oraciones del venerable obispo de Marittima, Vincenzo Strambi, cuya vida fue ofrecida a Dios y aceptada en lugar de la del Papa. El 5 de febrero de 1829, después de una audiencia privada con el cardenal Bernetti, quien había reemplazado a Somaglia como secretario de Estado en 1828, se enfermó repentinamente y él mismo pareció saber que su fin estaba cerca. El día 8 pidió y recibió el viático y fue ungido. En la tarde del día 9 perdió la consciencia y murió en la mañana del día 10. Tenía un carácter noble, una pasión por el orden y la eficiencia, pero carecía de comprensión y simpatía por los desarrollos temporales de su período. Su gobierno fue impopular en Roma y en los Estados Pontificios, y por diversas medidas de su reinado disminuyó enormemente para sus sucesores sus posibilidades de resolver los nuevos problemas que enfrentaban.
Bibliografía:
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CHATEAU7BRIAND, Mémoires d'outre-tombe, II (Bruselas, 1892), 149-202; XXXVIII, 50-83;
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BENRATH in HERZOG AND HAUCK, Real-encyclopädie, XI (Leipzig, 1902), 390-393;
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Fuente: Toke, Leslie. "Pope Leo XII." The Catholic Encyclopedia. Vol. 9, págs. 167-169. New York: Robert Appleton Company, 1910. 1 sept. 2021
Traducido por Luz María Hernández Medina