fue el papa n.º 237 de la Iglesia católica entre 1655 y 1667
Fabio Chigi nació en Siena el 13 de febrero de 1599; fue elegido [Papa] el 7 de abril de 1655 y murió en Roma el 22 de mayo de 1667. Los Chigi de Siena estaban entre las familias italianas más ilustre y poderosas. En la Roma de la era del Renacimiento, un antepasado de Alejandro VII fue apodado como el "Magnífico". Flavio Chigi, padre del futuro Papa era sobrino del Papa Pablo V, le dio a su hijo una educación conveniente, aunque no tan floreciente como la que tuvo su antepasado. Esto también se debió mucho a su madre, una mujer de energía singular y habilidad en la formación del joven.
La juventud de Fabio estuvo marcada por una prolongada mala salud a consecuencia de un ataque de apoplejía de su infancia. Incapaz de asistir a la escuela, primero fue enseñado por su madre y más adelante por hábiles y capacitados tutores particulares, exhibiendo una notable precocidad y amor por la lectura. A los 27 años se doctoró en filosofía, derecho y teología por la Universidad de Siena, y en diciembre de 1626 comenzó su carrera eclesiástica en Roma. En 1627 Urbano VIII lo designó vicelegado de Ferrara, y sirvió cinco años a las órdenes de los cardenales Sacchetti y Pallotta, con cuyos elogios obtuvo el importante cargo de Inquisidor de Malta, junto con su consagración episcopal. En 1639 fue promovido a la nunciatura de Colonia; y en 1644 fue hecho enviado extraordinario de Inocencio X a la conferencia de Münster, donde enérgicamente defendió los intereses papales durante las negociaciones que condujeron a la paz de Westfalia en 1648. Inocencio X lo llamó a Roma en 1651 para ser su Secretario de Estado y en febrero de 1652 lo hizo Cardenal.
En el conclave de 1655, que fue famoso por su duración de ochenta días, y por el conflicto de intereses partidistas y nacionales, el Cardenal Chigi fue elegido Papa por unanimidad. La elección fue considerada providencial. Era un tiempo donde a los clérigos eran forzados para entender las consecuencias deplorables, morales y financieras del nepotismo.
Se necesitaba un Papa que gobernara sin la ayuda de sus parientes. Durante un año las esperanzas de la cristiandad parecían ser comprendidas. Alejandro prohibió a sus parientes que vinieran a Roma.
Su propia santidad de vida, la severidad de las costumbres, y la aversión al lujo hizo más resplandecientes sus virtudes y talentos. Pero en el consistorio del 24 de abril de 1656, influenciado por quienes temían la debilidad de una corte papal insostenida judicialmente por lazos de interés familiar, se propuso traer a su hermano y sobrinos para asistirle. Su advenimiento transformó marcadamente la forma de vida del pontífice. La administración fue dejada en gran parte en manos de sus parientes, y los abusos de nepotismo volvieron a agobiar pesadamente como siempre al papado. Los esfuerzos de los Chigi por enriquecer a su familia fueron mirados por el Papa con demasiada indulgencia; aunque en su vida fue siempre piadoso y devoto, así se mantuvo alejado de tomar parte en los excesos de lujo-amor de sus sobrinos. Su estado de carga se aligeró y de esta manera pasó mucho tiempo en seguimientos literarios y en compañía de eruditos; pero a los amigos que favoreció eran a quienes podía haber confiado para sus posibles mejores consejeros.
El pontificado de Alejandro VII fue ensombrecido por las dificultades continuas con el joven y mal aconsejado Luis XIV de Francia, cuyos representantes fueron una fuente de constantes molestias al Papa. El primer ministro francés, Cardenal Mazarino, no había perdonado el legado que resueltamente se le opuso en las conferencias de Münster y Osnabrück, o al secretario de estado papal que resistió la actitud de su política anti-romana. Durante el cónclave había sido implacablemente hostil a Chigi, pero al final fue obligado a aceptar su elección como un compromiso. Sin embargo, evitó que Luis XIV enviara la usual embajada de obediencia a Alejandro VII y, mientras vivió, obstaculizó el nombramiento de un embajador francés ante Roma.
Los asuntos diplomáticos eran llevados entretanto por cardenales protectores, generalmente enemigos personales del papa. En 1662 nombraron embajador al Duque de Crequi, igualmente hostil. Por su arbitrario abuso con el derecho tradicional de asilo concedido a los recintos diplomáticos de Roma, se inició una disputa entre Francia y el papado, que dieron lugar a la pérdida temporal del Papa de Aviñón y a la aceptación por la fuerza del humillante tratado de Pisa de 1664. Animados por estos triunfos, los Jansenistas franceses, que reconocían a Alejandro como un viejo enemigo, se pusieron insolentemente aseverativos, declarando que las proposiciones condenadas en 1653 no se encontraban en el "Augustinus" de Cornelius Jansen. Alejandro VII, como consejero de Inocencio X había defendido vigorosamente la condena, y la confirmó en 1665 por la Bula "Ad Sacram" declarando ser aplicada tanto a la obra antedicha de Jansen como al mismo significado dado por él; también envió a Francia su famoso "formulario", para ser firmado por todo el clero como medio de descubrir y extirpar el Jansenismo.
Su reinado ha sido memorable en los anales de la teología moral por la condenación de varias proposiciones erróneas. El Cardenal Hergenröther (Kirchengesch. III, 414) elogió su moderación en las acaloradas controversias dogmáticas de la época. Durante su reinado ocurrió la conversión de la reina Cristina de Suecia, quien después de su abdicación, vino a vivir a Roma, en donde el día de Navidad de 1655 la confirmó el Papa, en quien ella encontró a un generoso amigo y benefactor.
Ayudó a los Venecianos en combatir a los turcos que habían logrado establecerse en Creta, obteniendo a cambio la restauración de los Jesuitas, desterrados de Venecia desde el 1606. Las relaciones hostiles entre España y Portugal ocasionadas por la independencia de ésta última (1640) fueron una fuente de aflicciones graves para Alejandro, y para otros papas antes y después él.
Alejandro VII hizo mucho por embellecer Roma. Las casas fueron niveladas para hacer las calles más rectas y las plazas más amplias, el Collegio romano, las decoraciones de la iglesia de Santa Maria del Popolo, que fue iglesia titular de más de uno de los cardenales Chigi, la Scala Regia, la cátedra de San Pedro en la Basílica Vaticana y la gran columnata delante del edificio, apuntan igualitariamente al genio de Bernini y de su munífico mecenas papal.
También fue mecenas de la ciencia ya que modernizó la Universidad romana, conocida como Sapienza, y la enriqueció con una magnífica biblioteca. También hizo extensas adiciones a la Biblioteca Vaticana. Su tumba, de Bernini, es uno de los monumentos más hermosos de San Pedro.
Durante su pontificado, Alejandro VII canonizó a Ramón Nonato (1657), Tomás de Villanueva (1658), Francisco de Sales (1665), San Juan de Mata (1666) y San Félix de Valois (1666).
Nombró un total de 38 cardenales. Reconoció como oficial el milagro que realizó el Cordón o Cinta de San José sobre la religiosa Agustina Isabel Sillevoort el 11 de junio de 1657, ayudando con este acto a la extensión de la tradición de usar el Cordón o Cinta de San José por parte de las mujeres embarazadas y de aquellas que lo quieren estar.
Murió en 1667. Fue sepultado en un espectacular sepulcro realizado por Bernini en la Basílica de San Pedro.
J. B. PETERSON Transcrito por Gerard Haffner Traducido por Juan Miguel Rodríguez Sánchez, Marbella, España.